Tiempo del escrito


DESPERTAR


Y se despertó de un gran letargo, como si de una eterna pesadilla se tratase, en medio de todo
un vaivén de luces y sombras producidas por las ramas de los árboles perennes apostados a la
ribera del rio por el que él, tumbado en su lecho de nimbos, navegaba debatiéndose entre una
orilla y la otra, entre la vida y la muerte, entre el cuerpo o la mente, entre animal o vegetal,
entre ser o dejar de estar y para siempre decidió bogar.
En cuanto tuvo consciencia de sí mismo, la vela de su lecho, donde antes yacía inerte, se
enredo a una de las ramas que, dando ese juego de luces y sombras, se suspendía en medio
del río rozando prácticamente el agua y agarrándose fuertemente a la corteza de esa rama
como si de un clavo ardiente se tratase aferrose a la vida dando un salto de inflexión para
alcanzar a apearse en la orilla más aproximada.
Sin conocimiento de causa, con ese salto, con ese impulso interno de vida logró dejar atrás
todo un lastre de ruinas que en el rio, como piedras pesadas que nunca debió llevar consigo, se
iban hundiendo hasta lo más profundo para nunca resurgir.
Aún con secuelas echó a caminar, sus ojos eran profundos hoyos negros presos de la
desesperación que había vivido, casi tambaleándose se deshizo de los harapos que,
amortajándolo, lo ataban al recuerdo de lo que fue un tortuoso pasado.
Con los pies a rastras, se adentro en el bosque, con la mirada perdida y el alma enrocada, los
pulmones prácticamente cerrados de tanta apnea que padeció en el viaje, y en las muñecas
dos heridas todavía sangrantes que ya parecían empezar a coagular pero que eran como las
muescas de una vara que a lo largo de su vida recibió demasiados castigos.
Ya sin fuerzas para continuar llegó a un claro del bosque y se dejó caer… sus piernas, como si
tuviese los huesos de plomo, ya no podían con él y sus brazos, como si de plumas se tratasen,
se bamboleaban con cualquier ápice de brisa, era como una hoja seca de otoño en medio de
un bosque en flor.
Y así, tumbado, con el cuerpo hundido entre la frondosa hierba crecida por las lluvias pasadas
y bañado por el Sol, por primera vez le pidió al Gran espíritu que le infundiera la vida en su
interior, lo deseo con una fe desconocida para él hasta entonces y se dejo purificar por los
rayos del Sol.
De pronto comenzaron a manar de su cuerpo vapores azufrénicos que provenían de toda la
oscuridad en forma de angustia, tristeza, impotencia, ansiedad y desesperación que él, como
un pozo de aguas muertas, retenía en su interior. Pero como de toda evaporación siempre
queda el poso de la solidificación, todavía tendría que eliminar de su interior la perdición que
lo había llevado a creerse un niño maldito destinado a suicidarse, tendría que enfrentarse a
sí mismo que era pues, en última instancia, su único enemigo, pues ya estaba en su interior
el mal y como si una parte de él tuviese que ser expulsada, una parte de su ser tendría que
expirar si quería seguir con vida, no dudemos de lo doloroso del proceso jamás.
Pero él en su inconsciencia se adentro en un profundo sueño, pero esta vez era un sueño de
remanso e iluminado por el Sol. Y es ahí, en esa onírica experiencia donde se debatiría en su
última y terrible experiencia. Lo que podría describirse como una catársica batalla entre el bien
y el mal. Gracias a que el Gran Espíritu del Bosque escuchó ese deseo que tan fervientemente
pidió, la corrupción maldita de su espíritu yació en lo que transcurrió como un sueño trivial.

En esa fase conocida como Rem, nuestro valiente joven decidió acabar con su otro yo maldito
lanzándose por un acantilado a fin de acabar de una vez por todas con tanto sufrimiento,
pues en su subconsciente ya hilaba toda su experiencia, por suerte despertó antes de que se
desplomara contra las rocas, momento propicio para que los pulmones se le abrieran, el alma
se expandiera y el corazón, antes casi impasible, comenzase a latir con coraje.
Fue entonces cuando nuestro hijo de Pan volvió en si totalmente, hallándose, para su sorpresa,
en una ambulancia de camino al hospital.
Había vencido a la lucha contra las sombras, ahora solo necesitaba recuperarse de las heridas
y echar a caminar hacia delante sin desviarse del sendero para el resto de su vida arrancando
cuantas malas hierbas le surgieran a su paso.
Ahora era un nuevo ser, despierto, vivo, con el alma limpia, la mirada cristalina y amor en el
corazón.
Así pues, este niño perdido, que se creía maldito y en cuyo destino no veía más salida
que el suicidio, renació de sus cenizas trayendo consigo la fuerza y el coraje de todos sus
antepasados.
Una vida más que encuentra su sentido; caminar aunque no se sepa hacia dónde conduce
el camino, pero sí conociendo su destino, caminar hasta el final del sendero de la vida,
iluminando la oscuridad con su mirada.

Madame Moon.


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